Peru: lo scontento sociale passa dalla stampa alla strada
Perú
El descontento social se salió de los periódicos
A fines del año pasado y comienzos del 2004, el país vivió dos crisis de proporciones. La primera se tumbó a la Dra. Merino, primera ministra, con acusaciones deleznables y de inconmensurable bajeza política, dando paso al gabinete actual. La segunda fue el "caso Almeyda", abogado del Presidente e implicado en corrupción con la mafia fujimontesinista, y que terminó, es un decir, con el exasesor en la cárcel.
Ambas crisis se produjeron después de que el presidente Toledo, en julio del año pasado, dijera que habíamos entrado en un "punto de quiebre". Ambas crisis tenían, también, varios megatones de potencia y duraron varias semanas. Sin embargo, palidecen ante la que se vive actualmente.
Las dos primeras fueron "crisis en las alturas", que involucraron al entorno palaciego, a ministros, congresistas y partidos políticos. Las actuales, si bien involucran a los mismos actores, tienen un nuevo componente: la presencia en la calle de miles de personas. Es esto lo que les da un contenido -y una profundidad- diferente.
Lo "contradictorio", para algunos, es que las movilizaciones se realizan justo cuando la economía marcha viento en popa: el PIB crecerá otra vez 4%, el gas de Camisea llega a Lima en agosto, crece la producción industrial para el mercado interno, lo mismo que las exportaciones, la inflación es baja. La fresa de la torta nos la da el inicio de las negociaciones para un Tratado de Libre Comercio con EEUU.
Pero, ¿es que en verdad existe una contradicción entre la bondad de lo económico y lo nocivo de las movilizaciones sociales? Todo depende del cristal con que se mire. Hace meses que la población nos viene diciendo en las encuestas que su situación económica es mala y que no va a mejorar. O sea: no cree en las "bondades" de la macroeconomía.
Más aun: ha bajado al 18% el apoyo a la "economía de mercado", tanto en Perú como en la mayor parte de América Latina. Lo que quiere decir que la gente piensa que la inamovilidad del modelo económico no es parte de la solución, sino que agrava el problema. La población ve que no se quieren aplicar regalías mineras mientras las empresas realizan grandes utilidades; que las ganancias de las AFP son las más altas de América Latina cuando sus pensiones son bajas -para solo mencionar dos de los temas que hoy movilizan frenéticamente a los lobbies de los grandes grupos económicos-.
Hoy el descontento (unido a la desaprobación a Toledo) se salió de los periódicos y ha comenzado a caminar por las calles, para exigir resultados concretos. Ante esta situación, hay que saber distinguir la paja del grano: no se pueden avalar movilizaciones en las que la gente toma la justicia con sus manos, ni que se libere a personas acusadas de asesinato. Pero tampoco es verdad que la única respuesta a las movilizaciones sea el "mantenimiento del principio de autoridad".
Volviendo al principio, la crisis tiene hoy un sello social cuyo origen es que no chorrea el modelo económico. Para solucionarla, hay que actuar en el frente social y en el económico. Lo que quiere decir que la solución es política
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