Latina

Brasile: battaglia senza fine sul transgenico

L'istituto brasiliano per la difesa dei consumatori dichiara che la coltivazione di soia transgenica puo' pregiudicare la salute, l'ambiente e l'agricoltura mentre per la Monsanto la verita' e' esattamente il contrario
8 marzo 2004
Mario Osava

BRASIL: Batalla sin fin

Mario Osava

RIO DE JANEIRO, mar (IPS) - El cultivo de soja transgénica es perjudicial para la salud, el ambiente y la propia agricultura según el Instituto Brasileño de Defensa del Consumidor (Idec), pero la verdad es todo lo contrario según la transnacional Monsanto, productora de esa variedad vegetal.

Monsanto, con sede en Estados Unidos y dueña de la patente de la modificación genética que llegó a dominar el cultivo mundial de soja en menos de una década, afronta en Brasil una obstinada resistencia de ambientalistas y otros sectores, incluyendo parte del gobierno, pero insiste en la defensa de su soja Roundup Ready (RR, Lista para el Roundup en inglés).

La RR es, como su nombre lo indica, resistente al Roundup, un herbicida de muy amplio espectro desarrollado por la propia Monsanto, cuyo principio activo es el glifosato y que puede ser masivamente en las áreas sembradas con la soja de esa compañía, reduciendo otros cuidados y gastos en mano de obra.

Pero uno de los resultados es que "aumenta de 50 a 100 veces los residuos de glifosato en los alimentos hechos de soja", lo que es "inaceptable para quienes buscan una alimentación saludable", dijo a IPS Marilena Lazzarini, coordinadora general del Idec.

Ese aumento fue autorizado por las autoridades sanitarias brasileñas, pero investigaciones mostraron que puede provocar "daños genéticos a células de sangre humana", además de tumores, alteraciones en el aparato reproductor y lesiones en glándulas salivares y mucosa estomacal, informó.

Según datos del Ministerio de Medio Ambiente, el consumo del dañino glifosfato casi se triplicó de 1998 y 2001 en el sureño estado de Río Grande do Sul, donde más se ha extendido el cultivo de RR, destacó Lazzarini.

Pero el director de comunicación de Monsanto, Lucio Mocsányi, dijo a IPS que el uso de glifosato en ese estado se incrementó sobre todo en términos absolutos, debido a que la superficie sembrada con soja se multiplicó por poco más de dos, al pasar de 4,8 millones de hectáreas en la siembra de 1996/97 a 9,8 millones en la de 2003/2004.

El consumo de glifosfato por hectárea sólo creció 10,4 por ciento de la siembra de 1998/1999 a la de 2002/2003, según un estudio de la consultora Kleffmann, y ese incremento fue acompañado por un descenso de 42,2 por ciento del uso de herbicidas selectivos, de modo que disminuyeron tanto el total de agrotóxicos empleados como el costo de aplicarlos, arguyó.

Sobre el riesgo sanitario, Mocsányi afirmó que la baja toxicidad del glifosato para los seres humanos fue comprobada mediante numerosos análisis en varios países.

Además, la Agencia Brasileña de Vigilancia Sanitaria fijó en diez partes por millón el máximo permitido de residuos de glifosfato en alimentos elaborados a partir de soja, la mitad del máximo permitido en Estados Unidos y establecido por la Organización de Naciones Unidas para Agricultura y Alimentación (más conocida por sus siglas en inglés, FAO), alegó.

El Idec y Monsanto libran una batalla en varios campos simultáneos, rodeada por la polémica sin fin a la vista sobre los transgénicos en Brasil.

El organismo estatal ganó en los tribunales, en una acción conjunta con la organización no gubernamental ambientalista Greenpeace, al lograr en 1999 la prohibición de la siembra de RR en Brasil sin el estudio previo de impacto ambiental exigido por la Constitución.

Ganó también según el Instituto Brasileño de Opinión Pública, que registró en una encuesta realizada en diciembre 73 por ciento de respuestas contrarias a la desregulación del cultivo de transgénicos, hasta que se compruebe que es seguro para la salud humana y el ambiente.

Pero el Idec perdió en la práctica. La RR entró a Brasil por el sur, con semillas contrabandeadas desde Argentina, y se ha diseminado a tal punto que, según cálculos de expertos, es más de 80 por ciento del total de la soja cultivada en Río Grande del Sur.

El gobierno cedió ante el hecho consumado el año pasado, al autorizar la cosecha y comercialización de los granos sembrados en forma ilegal. La excepción se prorrogó para este año, al agregarse un permiso para la siembra de las semillas acumuladas en manos de los agricultores.

En un intento por regular definitivamente la cuestión, el Poder Ejecutivo propuso en octubre un proyecto de ley, ya aprobado en la Cámara de Diputados en una versión que agradó a los ambientalistas, pero puede ser modificada en el Senado.

Tanto Monsanto como el Idec basan sus argumentos contrapuestos en numerosos estudios, y en distintas interpretaciones de algunos datos de la realidad.

Según la transnacional, por ejemplo, las ventajas de la soja transgénica se comprueban por la fuerte preferencia de los agricultores.

Según cálculos del Servicio Internacional para Adquisición de Aplicaciones en Agrobiotecnología, ya es transgénica 55 por ciento de la producción mundial de soja. Estados Unidos y Argentina concentran 84 por ciento de los 67,7 millones de hectáreas sembradas con variedades genéticamente modificadas.

Pero Lazzarini sostuvo que se trata de "un mal negocio" de los agricultores, basados en una "visión inmediatista" y de corto plazo, que no considera los riesgos para el consumidor.

"Dentro de tres o cuatro años afrontarán la necesidad de usar más herbicida y pagar los derechos de patente a la Monsanto", pronosticó.

"Hay evidencias de que varias hierbas están adquiriendo resistencia al glifosato", lo que exigirá mas agrotóxicos en el futuro, agravando daños ambientales y riesgos de salud, explicó la coordinadora general del Idec.

Además, el glifosfato es "extremadamente persistente", con un promedio de 100 días según la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos, y por eso contamina los ríos, sostuvo.

Mocsányi asegura todo lo contrario, que "el glifosato se degrada naturalmente en el suelo después de la aplicación, evitando contaminar las napas freáticas", y por eso está autorizado para jardines en Estados Unidos y otros países, y también en la reserva ambiental ecuatoriana de Galápagos y en las ruinas de Pompeya, al sur de Italia.

No hay riesgo ambiental de contaminación genética porque la soja no tiene "parientes silvestres" en Brasil, y además es una planta que se reproduce por autopolinización, lo que hace casi imposible la transferencia de genes, argumentó el director de comunicación de Monsanto.

Sin embargo, Lazzarini adujo que en zonas en que se usa glifosato se ha constatado "reducción de la población de insectos benéficos, pájaros y pequeños mamíferos", porque ese herbicida destruye la vegetación que les sirve de alimento y abrigo, y experimentos revelaron aumento de la vulnerabilidad de plantas a enfermedades y bajo crecimiento de bacterias fijadoras de nitrógeno.

Para la Monsanto, muy por el contrario, el ambiente se beneficia por el menor uso de otros herbicidas asociado con el cultivo transgénico, y por el hecho de que el glifosato facilita la "siembra directa", práctica ecológica que no revuelve el suelo y lo deja cubierto de los restos de la siembra anterior.

Instituto Brasileño de Defensa del Consumidor, en portugués :
http://www.idec.org.br/paginas/inicial.asp

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